La Guerra Civil comenzó
oficialmente el 18 de julio de 1936, pero no para todos los españoles. En
Paradas, donde actualmente viven Juana Saucedo y Antonio Rodríguez, las tropas
llegaron el 23 de Julio.
Según cuenta Juana, que tenía 15 años, “los socialistas formaron un lío”. Salieron todos a la
calle vestidos iguales con unas corbatas coloradas y bordadas con el lema ´viva el socialismo' y con banderas para hacerse notar. Todo el mundo estaba muy asustado porque creían que aquello no iba a traer buen resultado. También sacaron los santos de la Iglesia de Paradas a la calle y destrozaron todo lo que se encontraban a su paso. “Fue una ruina para ellos porque con más veneno venían los otros luego”. La Iglesia de San Eutropio de Paradas fue totalmente destruida. Desaparecieron doce retablos y 14 imágenes quedaron destrozadas; algunas para siempre, otras, se restauraron en los años posteriores.
La radio era el único medio de comunicación en aquellos años y por ello, el único modo de saber lo que estaba ocurriendo en el resto de España. Pero no siempre fue así. La mayoría de los españoles supieron que la guerra había comenzado por los tiros que se oían cuando las tropas entraban en los pueblos. Este fue el caso de Juana Saucedo que recuerda aquel día como si fuera ayer. “Se escuchaba decir a la gente que la tropa venía matando y todo el mundo se asustó”. Se pusieron sacos de arena en las entradas del pueblo, pero lógicamente eso no sirvió de nada. Más tarde, se comenzaron a oír tiros y todo el mundo salió de sus casas y se fueron al campo. “Recuerdo que mi hermana, mi padre, mi tía y yo nos fuimos a casa de Concha que tenía una huerta en Carpía. Dejamos las casas, lo dejamos todo”. A la mañana siguiente, volvieron al pueblo porque en el campo no podían seguir. Juana recuerda que del miedo que tenía la gente no dormían ni siquiera.
Otros vecinos no volvieron al pueblo hasta que las cosas no estuvieron más calmadas como Antonio Rodríguez, que tenía trece años. “La noche antes de que entraran las tropas del bando de la derecha nos fuimos a la entrada del monte”. De ese lugar, se fue con toda su familia a Casas Viejas donde estuvo dos meses. Tenían miedo de volver al pueblo y decidieron huir a un lugar alejado de Paradas, donde nadie los conociera. Al volver, todo estaba más calmado, aunque los fusilamientos seguían, ya que no cesaron hasta el mes de Noviembre o Diciembre.
Cuando las tropas entraron en Paradas, destrozaron todo lo que encontraron en su camino. “Entraban en las tiendas de comestibles y tiraban todos los productos al suelo, aunque después no mataban a sus dueños, solo era por hacer daño y provocar destrozos”, recuerda Antonio; Reventaron los barriles de las bodegas que había en el pueblo y el vino corría calle abajo y también destrozaron un bar que estaba situado en la esquina de la Plazuela de la Cárcel. Allí tiraron las sillas, las mesas, rompieron las botellas, etc. Después se llevaron al dueño, lo mataron y le quitaron la taberna a su familia. Se quedaron sin nada.
Los nacionales entraban en las casas a registrar para ver si allí se encontraban las personas que ellos buscaban para encarcelarlas y después matarlas. “Se les tenía que abrir hasta los cajones”, cuenta Juana. Muchos de ellos, para no ser encontrados, se escondían dentro de los pozos de las casas. “Tenías que hacerle caso cuando llegaban a registrar las casas y enseñarles hasta el último rincón y sin protestar. Si no lo hacías, ya estabas señalada y te mataban”, recuerda Juana.
La forma más común de asesinar a una persona durante el período de la Guerra Civil fueron los fusilamientos. El lugar más habitual donde se llevaban a cabo era el cementerio, aunque también te podías encontrar a algún muerto en cualquier calle. “A medianoche salían en camiones y los mataban a las puertas del cementerio”, reconoce Antonio. “No había ningún tipo de control, ni justicia, ni tribunales”. En la verja del cementerio de Paradas todavía se pueden encontrar agujeros de bala de los fusilamientos. Una vez fusilados, se abría una fosa común dentro del cementerio y se enterraban los cadáveres, todos juntos, sin ningún tipo de identificación. Hoy en día, existe la Ley de la Memoria Histórica que, entre otras cosas, intenta recuperar los cadáveres de los fusilados en la Guerra Civil e identificarlos para que cada familia pueda enterrar los restos de sus seres queridos.
Las mujeres tampoco se salvaron de las torturas y los fusilamientos. “Recuerdo una vez que vi un camión cargado de personas y entre ellas había una mujer embarazada”, cuenta Juana. Algunas recibían los castigos porque eran opuestas al bando nacional; otras, porque pagaban por sus maridos.
A las que no mataban, las torturaban delante de todo el pueblo. Primero les rapaban la cabeza, las desnudaban y le daban un vaso de aceite de resino migado con afrecho, que era el salvado de trigo. Después, las llevaban al cuartel de la Falange y las hacían pasar por delante de todo el mundo, con la cabeza destapada, “y como es natural, con el aceite de resino ya se sabe lo que pasa”, afirma Antonio. “Eran cosas muy feas, pero también está lo que no se vio”.
La Guerra Civil llegó a su fin el 1 de abril de 1939. Después de tres duros años de muertes y penalidades, el general Francisco Franco instauró una dictadura que duró hasta el año 1975. Después de la guerra, el pueblo de Paradas, al igual que el resto de España, se sumergió en una crisis económica brutal que provocó la muerte de muchos de sus vecinos por hambre y enfermedades.
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